Segunda Parte, Altea's Mirror and The Terrenal Mermaid.

The mirror and

the mermaid

Fueron las palabras con las que el siervo del tiempo describía cada uno de los dos lados del espejo de dos caras, que noche tras noche pulió a lo largo de muchos siglos, hasta volverlo tan fino y delicado como el filo de la espada más exquisita. La obsesión que el sirviente fue desarrollando al rozar las yemas de sus dedos sobre la lustrosa superficie de suavidad perfeccionada con los años, se convirtió en un pecado oscuro y silencioso, un frío y eterno amor no correspondido. El espejo era un bien preciado para él, un apego al que jamás debió ceder porque, como es bien sabido, el tiempo arrasa con todo sin excepción ni consideración, pero era demasiado tarde, el siervo ya no pudo separarse de su creación.

“Altea”, lo llamó, como si un objeto pudiera llevar un nombre. Significa “curar”, porque fue creado para sanar y salvar a todos los desdichados. Altea conoció las historias del universo que el siervo vio y le narraba con dedicación, le enseñaba todos los detalles de su visión acerca de todas las cosas que existen, pues el tiempo estaba en sus manos. Estaba enamorado.


El tiempo, sin embargo, corrió como el viento alrededor del siervo y su espejo sin afectarles, ni siquiera al amor que profesaba, y la obsesión creció hasta dedicarle una canción al objeto querido, una que no sólo estaría cargada de sentimiento, sino de todo el tiempo de la existencia, todas las historias, todas las tragedias y todos los momentos. Sería hermosa, completa y muy poderosa, pues lo contendría todo. Para escribirla, el siervo necesitó diez mil hojas de papel que, imbuidas con la magia, irradiaban su propia luz a través de notas que se tocaban solas, la letra salía sin control de la garganta del siervo, pues esta era la más poderosa de todas las canciones. Parecía interminable y se llamó “Interminatis”, porque eso significa.

Pero la canción, como todo, a pesar de su nombre, si tenía un fin y cuando el siervo lo alcanzó, terminó exhausto, porque la melodía tenía vida que había tomado de las manos de su inmortal escritor enamorado. Esta era una melodía tan larga que no necesitó sólo meses, ni siquiera años, fue una eternidad la que tomó de su autor con completa avaricia, y tanta fue que no es arriesgado decir que el estado en que terminó el inmortal siervo, agotado y enfermo, fue el castigo del tiempo. Ahora, como cualquier otro ser común y corriente, como cualquier objeto, podría ser arrasado y llevado por el pasar de los años.


Pero el tiempo es algo que no puede funcionar sin su siervo, y aunque pueda parecer que todo fue perdido, no es cierto, porque la infinidad fue traspasada a algo más, a la canción fruto del amor por un espejo. La canción interminable poseía también la eternidad sin final, y tomaría el lugar del siervo obsesionado. Las miles de hojas de papel y su brillo se unieron y tomaron la forma de un cuerpo, el de una sirena, el único ser capaz de entonar en su inigualable y hermosa voz la canción del tiempo, la que luego fue llamada “La Sirena Terrestre”, porque su piel de papel nunca le permitió tocar el mar. Y la sirena entró al espejo de Altea, pero no salió del otro lado y ahora está entre ambos mundos cantando la poderosa canción del tiempo a la que ningún ente es inmune y a la que nadie puede resistirse, cargada de amor obsesionado como el que ningún mortal conoció. Todo el que entra al espejo escucha el cantar que viaja más allá de los oídos, y no puede evitar cruzar para regresar jamás. Y cuando la sirena termine de cantar, volverá a empezar.