Crónicas de Ryomen Mira. Ex-territorio, Antiguas guerras.

Ex-territorio

Antiguas Guerras

Los ángeles y demonios se han apoderado de los Altos Claros y la Infraterra, respectivamente, y buscan dominar el territorio del otro. La guerra lleva apenas dos años y han logrado ahuyentar al resto de las criaturas y razas hacia la Anarquía y el Un Poco más Allá, dejándoles aquellas dos regiones a su completa merced.

¿Quién diría que los ángeles buscarían problemas? Están más que decididos a conseguir el territorio enemigo y no dejar que nadie se interponga en ello, se han vuelto testarudos, han logrado asustar y ahuyentar a quienes los seguían fiel y ciegamente.


Los daños no han sido pocos, las perdidas ya no pueden ser recuperadas, son demasiado rápidas para reponerse. Las defensas son ahora bajas. Cuando los demonios les dan la opción de rendirse y ceder, los otros se niegan.


Cuando los ángeles se niegan a ceder, los demonios, demostrando su supremacía en aquella guerra, les arrebatan algunos de los monumentos más significativos de los Altos Claros, como el Teatro Vetus, El templo (Actualmente conocido como Templo Hundido).


Después de ser ahuyentados de la Infraterra y los Altos claros, el resto de las razas se vieron obligadas a emigrar a las dos regiones restantes, de las cuales una más fue afectada por la guerra, aunque no directamente, por la explosión de poderes causada por las dos razas en conflicto. En una zona sin nombre (Ahora conocida como Jikanganai), se observaron mutaciones de las leyes de todo lo natural y se crearon otras, que aunque fuesen imposibles para el resto de las regiones, para esta sección eran comunes y reales. Esta es la razón del nombre de región.

Cada lugar en la Anarquía ahora tenía sus propias reglas y razones, todas provenientes de la misma raíz, la energía y poder sobrenatural expulsado por la guerra en las dos regiones cercanas. Algunas de estas perdieron la cualidad del tiempo, otras modificaron su gravedad a su antojo, otras más cobraron vida, entre muchas otras cosas.

La guerra no solo los había corrido, sino que sin vergüenza alguna, también comenzaba a quitarles su nuevo hogar.


El resto de las razas ya había soportado un año entero del abuso que la guerra estaba causando en sus nuevos hogares y decidieron que era el momento de ponerle un final. Se organizaron, crearon estrategias y, aprovechando que ambos bandos ahora tenían las defensas bajas y pocos recursos, se apresuraron a atacar lo más pronto posible.
Su ataque no fue a muerte, sino hasta que los dos bandos, que no tenían mucho con qué defenderse, se rindieran. El punto de esto era que la guerra terminara, que la Anarquía volviera a la normalidad y que las razas pudieran regresar finalmente, después de siete años, a los Altos Claros y a la Infraterra.

Con rapidez y perspicacia lograron su objetivo, pues ni los ángeles ni los demonios tenían como defenderse ya. La guerra había terminado y al fin pudieron todos regresar, dejando nuevamente las regiones a merced de cada uno de sus habitantes y regresándoles el derecho a vivir donde quisieran. Lo único que nunca volvió a la normalidad fue la Anarquía, que hasta el día de hoy sigue afectada.


La monarquía inició en el año 1547 D.C., obviamente del otro lado del espejo, sin retorno. Desde el principio de los tiempos el castillo fue instalado en la Infraterra, donde reinaban un arcángel y una muñeca, haciéndose cargo de todas las regiones de Ryomen Mira.

Como era común de una muñeca, la Reina de nombre Claire, era tan preciosa como la porcelana y tan refinada como solo una reina podría serlo. Sus largos cabellos color carmesí cual sangre, sus verdes orbes profundos y sus labios de color fuego, siempre seductores, eran únicamente compañía para la belleza de sus rosadas mejillas y cuerpo celestial. Pero no se engañen, pues la belleza externa, incluso aunque sea eterna, es capaz de pudrir como ninguna otra cosa. La muñeca era despiadada, vanidosa, egoísta e interesada solo hacia ella misma.
Al contrario de ella el arcángel era bueno, justos, valiente, solidario. Como es que habían llegado a enamorarse era un misterio, pero estaban juntos.

No era de sorprenderse que la reina tuviera los vestidos más caros, las joyas más finas, los zapatos más hermosos, el maquillaje más refinado, todo especialmente hecho para ella. Cuanto llevaba puesto, día tras día y sin excepción, valía más que el pueblo entero... ¡Y a qué costo! Pues mientras ella bailaba luciendo sus coloridos vestidos y sus extravagantes joyas, el pueblo gemía y suplicaba por algo que comer, por algo que vestir, por lo que sea para sobrevivir.

Fueron pocas veces en las que la reina se atrevió a pisar el pueblo y de todas ella no hubo ni una sola en la que se apiadara de alguien. Iba para maltratarlos, para humillarlos, para quitarles lo que les quedara, si es que ya no les quedaba nada.

Más la muchacha era astuta, pues cuando el ángel finalmente se dio cuenta del daño que la reina hacía, del sufrimiento que causaba y del miedo que sembraba por todo el pueblo, ella le convenció de perdonarla, de dejarla continuar, incluso, y el ángel estaba muy enamorado de ella para poder lastimarla o para molestarse con ella. Tenía a todo el reino a sus pies, incluyendo entre todos estos a su esposo, el rey. Era completamente intocable, hacía lo que quería, obtenía lo que deseaba. Todo era para ella, si ella lo quería así y por supuesto que así lo quería.

Y la historia no es larga, pues resumiendo el tiempo que la gente de los pueblos tardó en darse cuenta de que sus reyes los habían traicionado, finalmente todos se cansaron. Desdichado aquel pobre ángel que defendió a su reina únicamente por amor y, así también, tuvo que morir.
Juntaron a los hombres y a muchas de las mujeres, encendieron antorchas y levantaron espadas, y no para alabar a sus reyes. Gritaron y blasfemaron contra ellos, empujaron sus paredes hasta derrumbarlas, hicieron pedazos todas las ventanas y destrozaron una a una las puertas del castillo. Arrancaron los emblemas, quemaron las cortinas, hicieron añicos cuadros, jarrones, vestidos y mesas. Mataron a cada uno de los sirvientes que por accidente llegaron a cruzarse por el camino. Y cuando finalmente encontraron al rey y la reina, en la última y más alta de sus habitaciones, tuvieron que resignarse a que algún día serían perdonados, pues le arrancaron a la reina cada parte de su cuerpo, incluyendo entre todo esto, hasta el más delgado y ultimo cabello carmesí de su bella cabellera. Y al rey lo quemaron vivo, por haberlos dejado atrás por un ser como aquel.
Ese fue el fin de la monarquía, dejando únicamente escombros de lo que algún día fue.